Las manos de mi padre eran algo toscas… Yo las veía grandes,
siempre tostadas por el sol.
Sus dedos parecían espátulas. Uno que otro estaba aplastado
en la punta o en una uña, por algún accidente con herramientas.
Tenían mucha fuerza; podían hacer casi cualquier cosa.
Si las mirabas desde las
palmas, eran manos con callos de trabajador, si las mirabas por la parte
superior eran manos de artista donde la piel se mantenía suave y fina.
Manos incansables, capaces de tocar la guitarra o el piano con rudeza para acompañarse en una
canción desafinada, manejar el pincel con maestría para representar un paisaje
o partir una piedra con la piqueta para tomar una muestra de minerales… Esas
manos que procuraban darnos todas las comodidades y que lo mismo empuñaban una
pala con brío que escribían una poesía gauchesca, con aquella, su letra tan inclinada, tan decidida y querida por mí.
Manos excepcionales.
Así como él.
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