lunes, 23 de septiembre de 2013

CRONICAS DE FAMILIA: EL NACIMIENTO Y EL DESARRAIGO.


Corría el año 1957… a quien corría, no lo sé. A mí, no.
Tengo mi visión infantil del chalet donde vivíamos, que  me parecía un paraíso con su jardín delantero que daba a una calle y el parque de atrás que daba a otra calle paralela…
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 Ese día había estado lleno de visitas por lo que pudo haber sido un sábado o un domingo. También había llegado su madre que se iba a quedar, dado el nacimiento incipiente y su padre que no se quedaba a dormir y se volvía a la Capital. De producirse el evento, la abuela Carmen debía quedarse con los tres niños.
 Juan había estado pintando una pared todo el día  y estaba tan cansado como Beba.
Al acostarse deseó: Ojalá no lo tengas  esta noche porque estoy agotado.
A ella le dolía todo, se sentía mal. Las visitas le habían dado mucho trabajo.
 Ese embarazo no había sido feliz: había pasado mucho tiempo sola, con los tres hijos pequeños, lejos de toda la familia, y con su marido de viaje permanente. Encima, en  esa temporada los niños se habían pescado algunas de las enfermedades  infantiles traídas por la mayor que ya asistía a la escuela primaria.
Entonces  fue al baño y volvió con la noticia. Juan, por favor, levantate porque rompí  bolsa, le dijo. Ella creía que Juan iba a sacar el auto del garaje y se preparó rápidamente para ir a la clínica, pero él demoró, demoró y demoró, hasta que llegó con un taxi y le dijo : que el taxista no se dé cuenta que se va a poner nervioso y podemos chocar. Juan estaba extenuado: había corrido unas quince cuadras para ir a buscar un taxi - estaban lejos del centro de la localidad.  Su auto había explotado esa tarde y junto con su amigo Toto lo habían guardado sigilosamente en el garaje para que Beba no se enterara.
 Y ahora había que recorrer 28 kilómetros hasta la Capital, al Sanatorio asignado.
Conteniendo el dolor y el parto, Beba se aferraba a la mano de su marido, y al creciente malestar se sumaba el dolor de las uñas de Juan, que más nervioso aún, las clavaba  en su mano frágil.

Llegada al sanatorio, la pusieron en silla de ruedas. Una vez  llegada a la habitación y puesto el camisón, Beba  no aguantó más y salió para la sala de partos caminando apresurada porque ya nacía su bebé. La indomable Beba abrió las puertas  de la sala y aunque no se lo permitían porque estaban desinfectando, igual se subió a la camilla.
 Esa noche de luna llena, los partos se habían sucedido con tal rapidez que no habían dado tiempo a acondicionar la sala.
Y así fue que, en breves instantes, nació Martita.

Momentos después, en la habitación, una enfermera entró con un arreglo de flores monumental. Beba, consciente la situación le dijo: Ud. debe estar equivocada, eso no es para mí y efectivamente, no era para ella. Era para la famosa  artista y cantante Lolita Torres, que esa noche había tenido  a su primer hijo, Santiago, y que continuaba  internada allí.
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Ese año fue muy difícil y raro para todos.
Unos meses después viajamos a las sierras de Córdoba donde  nos quedamos a vivir definitivamente.
Beba venía de mucho sufrimiento, tal vez demasiado. Nuestra nueva hermana era de llorar mucho de día y sobre todo de noche. Nadie entendía qué le pasaba a esta bebita.
Mamá tenía los ojos velados por la angustia del desarraigo y llegar al interior del país era para ella, mujer de ciudad grande, como llegar al fin del mundo. . Con el trajín de la mudanza, y del viaje, había quedado muy delgada, tan delgada que parecía una bolsa de huesos.
Ese día de setiembre había una llovizna finita y persistente. En la tarde oscura y fría, remolcados por un camión- ya que el auto no resistía los grandes acontecimientos de la familia y se había descompuesto en el camino- llegamos a una casa helada  y desordenada. La gente de la mudanza había dejado todo en manos de los dueños de un hotel que metieron cosas  a presión en los armarios, revolvieron, y perdieron muchas  otras, como  por ejemplo libros  y  partituras musicales.
La frase histórica que dio al momento  un dramatismo de novela  fue: ¿A dónde me trajiste Juan?
Muchas otras características de la vida pueblerina harían padecer a mi madre  durante varios años hasta que se fuera acostumbrando y se olvidara de su ciudad natal.
En realidad, la casa que nos había conseguido mi padre era  linda, abrigada y tenía un patio grande con pérgola, y otro donde mamá mandó a hacer una huerta y un gallinero. Allí fuimos bastante felices, mucho más de lo que hubiéramos sido en Buenos Aires. Estoy convencida de eso.-




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