viernes, 17 de octubre de 2008

Expresión ciudadana

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Esa mañana llegué temprano a la Caja de Jubilaciones y Pensiones.
De todas maneras, ya había cuarenta y cinco personas delante mío. Calculaba que serían tres o cuatro horas de espera. Tendría tiempo de sacar unas fotocopias más por las dudas, pero antes debería averiguar por qué número iban.
Llevaba una abultada carpeta. Una semana me había tomado sacar los formularios de Internet, ir al escribano, al Banco, a la Policía.
Poder listo y certificado de supervivencia también.
Me paré a un costado de la ventanilla correspondiente para enterarme del número que estaban atendiendo.
Error.
Los cuarenta y tantos pares de ojos se clavaron en mí.
Una señora bajita y con cara de águila, me increpó, parándose: ¡Oiga! No es su turno, usted recién llega. ¿Por qué no se sienta?
Disculpe, no me siento porque no hay dónde, le contesté, corriéndome de a poco para alejarme de la ventanilla.
Los ánimos estaban calentitos a pesar del frío intenso del invierno.
Pronto conseguí un asiento de algún arrepentido que se iba para volver otro día. Desde ahí, desde esas filas de asientos que semejaban un transporte de mentirita, porque nadie iba a ningún lado, comprobé la cantidad de rostros marcados por el sufrimiento, las ojeras, los rictus de amargura y desilusión, las bolsas debajo de los ojos, las cabezas calvas, los bastones y los trípodes que las rodeaban.
De repente, se abría paso en el estrecho pasillo atestado, una señora con andador. Grande y elegante, con un movimiento cadencioso, que me hizo acordar al de un hipopótamo saliendo del agua .¡ Cómo podía con ese tamaño y esa imposibilidad!¡ Ese trámite era inhumano!
Había que pasar el tiempo. Imaginé un dedo invisible para ir dibujando los perfiles de los ancianos, uno más interesante que otro. Esa nariz ganchuda, esas orejas largas, el despeinado de la mujer cuarentona, que me frustró el entretenimiento, desesperada por su destino miserable de no poder ser ella misma, culpa del descuido eterno de sus hermanos. La única que se ocupaba de sus padres.
¡Historias! Ni siquiera pude terminar mi carrera, me iba diciendo, mientras atendía el celular simultáneamente. Todavía me falta, esperame en tal lado…
Unas cuantas ancianas acompañadas por sus hijos viejos, trataban de mantener la calma. Claro, encima que faltó al trabajo por mí, estaban pensando y ponían su mejor cara, disimulando el cansancio y el stress que el trámite les causaba. Otras permanecían mudas, mientras unas cuantas se agolpaban frente a las ventanillas.
La que estaba sentada sobre mi lado izquierdo, que hasta entonces había permanecido callada, me espetó de repente ¿Por qué se va la empleada?
Señora, la empleada no es una máquina, habrá tenido que ir al baño ¿Y por qué no la reemplazan? , preguntó con bronca, una con cara de bruja maltratada.
El grado de histeria iba subiendo a medida que llegaba gente a las mismas escasas dos ventanillas de atención para retirar los trámites finalizados- por supuesto sin turno- sin número.
Pasadas tres horas y media, me tocó .
Abrí mi frondosa carpeta.
Le expliqué al empleado cansado, con cara de no desde el comienzo de mi exposición…
Y fue no. Porque mi parentesco no entraba en la ley, porque de tramitar otro poder perdería algunas ventajas .Todos los adelantos de la era digital se esfumarían.
Perdería el derecho al cajero automático y la cuenta de Caja de Ahorros.
Pensé: el tiempo invertido en sacar los formularios de Internet y llenarlos pacientemente, en ir a pagar el estampillado al Banco, en volver a la Comisaría, no servía.
El dinero gastado en la escribanía, el viaje y la playa de estacionamiento-horas y horas en un lugar céntrico muy caro- no servía.
El tiempo perdido esperando, no había servido.
Pregunté en la mesa de entradas, dónde podía dejar alguna queja y me dirigí al rincón indicado. Llené el formulario de queja o sugerencia - ambas- lo puse en el buzón transparente.
Era el único reclamo del día.
Me invadió un sentimiento parecido al de estar abriendo la caja de Pandora.
Todo podía suceder a partir de ese momento, a partir del pongan más personal para atender y vean que los formularios de Internet estén actualizados.

Un mes después me llegó la carta con el agradecimiento y la información de que mi reclamo había sido derivado a quién correspondía.


Conclusión:
Aprender a pasar por el trance de un trámite en cualquier institución
es una buena oportunidad para:
desarrollar la paciencia y la voluntad,
los buenos modales,
las sonrisas civilizadas y
los comentarios positivos.
También es un buen momento para arribar a una filosofía de vida diferente,
rezarle a todos los santos,
o hacerse budista.

2 comentarios:

Ariadna dijo...

que bueno que ves el vaso medio lleno bea..........yo hubiera matado a alguien!!!!

Bea Candiani dijo...

jajaja jajaraijaja