domingo, 20 de abril de 2008

Cotidiano


Por lo general los tiempos son escasos para dedicarse a la gente común, al vecino, al que tiene alguna necesidad.

Los trámites nos vuelven ratones que contestan chillando desde las cuevas, rodeados de papeles amontonados. O lechuzas mirando fijamente las pantallas de las computadoras con ojos encandilados.

Papeles con o sin sentido, programaciones cibernéticas exquisitas, donde la culpa final la tiene siempre la computadora como si fuera un ser con vida propia.

Los tiempos se van gastando entre actas y planillas, cidís amontonados, legajos en pilas desordenadas y llenas de tierra.

La gente molesta a los oficinistas con sus problemas banales o con sus necesidades urgentes, las más urgentes e importantes, sólo para ellos mismos.

La gente se enrabia en las colas , horas y horas, cola tras cola, para poder iniciar un trámite.

La gente va y viene con la sensación de que las soluciones obtenidas no servirán de nada, puras escenografías falsas, de servicios que no funcionarán nunca bien.

Ni los políticos, ni los gobernantes suelen ver lo que ven los de abajo, los que no están ocupados en escalar la montaña. Éstos, simples ciudadanos de segunda, de tercera o de cuarta, adivinan bien la esencia del paisaje.

Algunas veces, cuando alguien de los que ascienden hacia la cumbre, tiene la mente clara y noble, puede apreciar la totalidad. Entonces ese alguien se pregunta cómo podré cambiar esto, esta inmensidad complicada, estructurada de esa manera que no es la conveniente para la gente- ¡para quién es conveniente?- con estas formas que nos llevan al fracaso...

Ese es el momento en que sobrevienen toneladas de impotencia y comienzan a desarrollarse algunos virus disvalóricos que habitan en las alturas. Entonces ese alguien olvida la perspectiva totalizadora que veía cuando percibía los sueños que tienen los de abajo .

Entonces se dice a sí mismo: y.... más no se puede hacer.


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